jueves, 28 de junio de 2012

La maldición de Coapa


Eran las cuatro de la tarde del 17 de junio de 1970. Un rezo tejido en náhuatl emergió del subsuelo de Coapa tras cinco siglos de silencio hecho piedra. El “nido de culebras” estalló en mil efluvios de ponzoña serpentina y la maldición se esparció por los laberintos de Tlalpan, allá en las lindes de la antigua Tenochtitlán. El embrujo reptó y buscó un recipiente: la Alemania Federal de Maier, Beckenbauer y Vogts saltaba a la plancha del Estadio Azteca. Del otro lado se plantaba Italia, eran las semifinales de México 70.

En el cine, un Clark Gable tamaulipeco de apellido Garcés, echaba a andar sus concupiscencias disfrazado detrás de un gazné morado en Modisto de señoras. Eran los días del último pataleo de Díaz Ordaz; Luis Echeverría hacía campaña escoltado por Halcones (aunque él lo siga negando); al monero Rius le ponían el revólver gubernamental en la cabeza; y El apando de Revueltas vociferaba verdades. Pero como en la tele pasaban Silvia y Enrique, y también Chabelo (que ya existía), no había riesgo. Lo que sí había era Mundial.

Calcio nuovo
A Italia a veces le da por alterar atavíos. Pero en el Estadio Nacional de Varsovia los dos ejércitos se formaron con la misma combinación de uniformes de hace 42 años. Die Mannschaft a blanco, negro, blanco: sobria, pragmática. La Squadra en azul, blanco, azul: el legendario azzurro de la Casa de Saboya.

La maquinaria germana se activó rápido. Pero sus dos rebotes en el área chica agudizaron a una Italia que se defiende a dentelladas. “Avanti, bersaglieri che la vittoria é nostra”: prorrumpió el ladrido que salió de las fauces de la lupa capitolina allá en Roma. Y sí. Antonio Cassano, originario de Bari pero con escuela romana, descolgó, pintó un Caravaggio con los pies y centró alto. Mario Balotelli, ese siciliano de linaje ghanés, voló y la prendió con la frente.

Alemania intentó reincorporarse con todo y fanfarria de Strauss, pero dos daños estaban hechos: su soberbia y la inusitada reinvención que el calcio italiano fraguaba. Como extraída de los manuscritos de Da Vinci, la estrategia italiana se pleantea, apenas, con la complejidad del Hombre de Vitruvio: un catenaccio retráctil que, cerrado, aguijonea con las barridas míticas de Faccheti, Baresi y Maldini; pero una vez abierta la bocaza de la ballena de Pinocho, los carabinieri salen expulsados con todo el ímpetu imperial romano a velocidad Ferrari.

Las extremidades pontificias de Gianliugi Buffon dibujaban Las tribulaciones del joven Werther en los rostros alemanes. Y cuando el cancerbero toscano sonreía, teatral y sardónico como dirigido por Fellini, Riccardo Montolivo lanzó un proyectil que incitó aún más la sonrisa de su capitano. Balotelli recibió, rompió líneas y acribilló. El segundo gol italiano resonó hasta el occidente africano. A Manuel Neuer no lo calentaban ni las aguas del Golfo de Guinea. Lukas Podolski no entendió la magnitud del conflicto y, solo, trastabilló con el balón. El panorama alemán se antojaba tan sombrío como la “Tocata y fuga en Re menor” de Bach.


Partita del Secolo o el embrujo de la víbora pétrea: Dossier  
Los antecedentes de un partido con esta carga clásica no se pueden limitar a la Euro, donde sólo hay dos empates: 1 a 1 en Düsseldorf (1988) y 0 a 0 en el Old Trafford (1996). Toca exhumar los archivos de Copa del Mundo.

El 4 a 3 de la semifinal en el Estadio Azteca está almacenado históricamente como “El Partido del Siglo”. Si un día las civilizaciones extraterrestres desean comprender al futbol, tendrán que apoltronarse a LEER ese partido de 120 minutos y siete goles (cinco en la prórroga). Las imágenes de esa tarde pueblan la pinacoteca futbolística: el cabestrillo punzante en el hombro dislocado de un Beckenbauer que nunca pidió cambio; el gol definitivo de Gianni Rivera y su grito hasta Piamonte; el silbatazo final que vio desplomarse a los veintidós en el campo de batalla, hechos pedazos. No hubo festejos. Ganaron los 102,444 que abarrotaron el graderío de Coapa y fueron testigos de la epopeya mundialista por antonomasia. Era 1970 y Yoko Ono -en el argot diplomático- se consagraba como “prurito desestabilizador” de los Beatles.

La euforia de Marco Tardelli en un Santiago Bernabéu de 1982 con la Copa del Mundo en brazos, como un hijo; Cannavaro y la Nazionale al lomo para dejar tendida a la Alemania anfitriona de 2006 en Dortumund: son episodios que completan los cascabeleos sobrecogedores que se narran con lengua bífida de serpiente tenochca.


La divina comedia
En el segundo capítulo, poco le iba a servir a Joachim Löw, el hombre que rejuveneció a Die Nationalelf, liberar del banquillo a un viejo lobo de origen polaco que se llama Miroslav Klose, con todo y su desfilar por la Lazio romana. Buffon seguía siendo un guardia etrusco y la Squadra Azzurra era incisiva al frente. Pero perdonó. El cincel de Miguel Ángel terminaba por romperle la nariz a la madonna que tan bien iba esculpiendo. La ira de Buffon hacía efervescencia: un derribado en su área y penal. A cobrar Mesut Özil, ese elemento de la diáspora turco-serbo-croata que ha multiplicado el mosaico alemán. Pelota dentro: los siguientes dos minutos serían un descenso al infierno para los tifosi que se arremolinaban en el Panteón de Agripa. Tranquilos, que cuando se baja al averno con Virgilio, ¿qué puede ir mal?.

El silbatazo final le dio pauta al descorche de Nero d’Avola. La saga de Varsovia está consumada y el mancillado Mercedes-Benz no entiende por dónde llegó la embestida. Pero a pesar de La dolce vita que burbujea por toda Italia, Buffon abandonó la cancha iracundo, hecho un demonio que lanzaba flamígeros improperios a la noche varsoviana. “Molto contrariato. Infuriato” decía la transmisión de RAI. Al capitán no le gustó nada cómo los azzurri bajaron la guardia en el último suspiro.

Marlene y Angela
El papel rosado de La Gazzetta dello Sport lanzó su encabezado: “Strepitosa esibizione degli azzurri che battono 2-1 la Germania. Domenica finale con la Spagna”. Habemus final: Italia y España a romperse la armadura en Kiev. El continente vuelca la mirada a la capital ucraniana, al mismo tiempo que Madrid y Roma paran en seco a Berlín en plena urgencia económica de la Unión Europea. Rajoy y Monti hacen cuentas y sudan frío, mientras que la férrea Angela Merkel los observa, negando con la cabeza.

La indómita señora de Hamburgo quizá concluye en que ‘afortunado en el juego, desafortunado en los dineros’. Luego se retira a sus aposentos con vista al Reichstag. Se sirve una cerveza y su sistema de audio comienza a emitir, con textura de vitrola, la escarpada voz de Marlene Dietrich. La Wiezen espumea y la rugosa “Lili Marleen” evoca al melancólico cigarrillo de la bella Marlene. La canciller escucha con la mirada perdida. Luego la da un sorbo a su vaso y esboza una sonrisa amplia, amplia.  

      

miércoles, 27 de junio de 2012

De caballería y naufragios


Bruno Alves es un zaguero con metro y noventa de estirpe brasileña. Oriundo de un puerto pesquero al norte de Portugal, se desempeña como centinela del Zenit de San Petesburgo, donde la brisa filosa que despide el Mar Báltico nunca lo ha cimbrado. Pero nadie se imaginó que una noche ucraniana lo vería romperle un tablón a la carabela de Magallanes. Esa bala de cañón que descuadró el arco del Donbass Arena cargaba con las aguas malas del naufragio. La tripulación lusitana nunca se hizo a Kiev. En Lisboa, el Correio da Manha carga en sus páginas las palabras de Paulo Bento: “A Espanha foi mais feliz”. Más al este de esa península Ibérica, la resaca madrileña lee el ABC: “La selección española ya roza la leyenda”. De Chamberí a Vallecas, las sonrisas son tan pronunciadas que hasta “La maja vestida” sonríe coqueta a pesar de los ajuares.

Coordenadas
Medio cuadro titular del Real Madrid se repartió en los dos prados de Donetsk. De este a oeste, la nave lusa de ‘Os Navegadores’ se devaneaba, mapa en mano, por dónde clavar el ancla. Y de sur a norte, la cuadrilla de Del Bosque, ese señor salamantino gestor del tiqui taca, pulsaba en territorios que resultaban ya explorados. Cristiano Ronaldo tejió un par de guiños de cuplé y Andrés Iniesta le sacó filo a un poste.

Para el segundo episodio, por las almenas de Vicente se asomó el cambio. Cesc Fàbregas suplió a un Negredo que anduvo errante. En los botines del catalán residía el cambio de vocación. Pero tardaba, tardaba. A pocos despliegues pulmonares del tiempo regular, Portugal enhebró un contragolpe. El ataque embistió con cuatro y a Ronaldo le tocó el último trazo. Recibió, enfiló… y envió el balón a la cordillera de los Cárpatos. Latitud: cero. Tiempos: extra.


Archivo
El historial del choque ibérico en Euro se limita a fase de grupos. En Francia, la España capitaneada por Luis Arconada resistió el 1 a 1 contra un Portugal que se quiso rebelar en el Velódromo de Marsella. Era 1984 y, en Madrid, Ana Torroja y dos hermanos empezaban a sonar.

En 2004, cuando el gobierno de Aznar emitía sus estertores finales, un gol de Nuno Gomes sacó a España del torneo, allá en el José Alvalade de Lisboa.

Prórroga
Cuando un partido se traba, por lo general el fango brota en medio campo. Pero una semifinal de esta calaña se tensaba desde la defensa, cuando algún cuchareo quirúrgico frustraba el gol. Cuando Iniesta la volvió a tener, Rui Patricio desvió en el último suspiro. Parecía imposible, pero el arquero del Sporting Clube al parecer recibió ayuda directa desde la parroquia de Nossa Senhora de Fátima. Y cuando España ya pincelaba como Velázquez, el árbitro turco quebró la noche de Donetsk con su último aliento: penales.

Doce pasos (a bocajarro)
Iker Casillas y Rui Patricio pulieron la adarga en los primeros dos embates. Ceros. Iniesta convirtió elocuente, en un derroche de tripas y corazón. Nani forjó el penal latino por excelencia. Sergio Ramos le hizo honor a los archivos de la Euro y convocó a los botines de Panenka. Bruno Alves destajó la pintura del arco y agujeró la nave. Y Fàbregas la paseó de poste a red. Olé.


La ruta de Rocinante
Mientras el bergantín naufraga, el Quijote cabalga rumbo a Kiev. Alemán o italiano, el molino final ya se vislumbra. Esta vez, el caballero andante enarbola un tridente. Si se completa la proeza Euro-Mundial-Euro… que se levanten Lope y Garcilaso a escribir la crónica. Salú.

    

jueves, 21 de junio de 2012

La carabela portuguesa


Dos leyendas del futbol lusitano se arrellanaron en la tribuna del Estadio Nacional de Varsovia. Eusébio y Figo coinciden en que hace falta un tercer elemento que logre finiquitar el capítulo inconcluso que se ha escrito a dos plumas: campeonar a Portugal en un torneo internacional.

Con cautela
Hombre por hombre, República Checa resultaba diezmada ante ‘A Selecçao’. La estrategia de los eslavos sería aguantar la carabela portuguesa y esperar alguna distracción para poder perforarla. A tientas, los checos recorrían los senderos del Stadion Narodowy con la certeza de que un lince ibérico estaba por ahí agazapado, con su número ‘7’. El factor Cristiano Ronaldo, siempre latente.

Archivo familiar
Hace dieciséis años, la Euro inglesa del 96 montó el mismo escenario. Eran cuartos de final y el Portugal de Rui Costa cayó con gol de Poborsky en Birmingham. Esa República Checa –que avanzó hasta la final- estaba capitaneada por un férreo zaguero del Kaiserslautern llamado Miroslav Kadlec. Dieciséis años después, su hijo Michal alineaba en Varsovia.

Expedición
En la segunda parte, la proa del bergantín portugués se cernió, implacable, sobre los dominios del Moldava. A distancia, Ronaldo iba desmembrando la guarida checa. Petr Cech no iba a aguantarlo todo.

Y así fue. A diez del final, Portugal descolgó. Con la fiebre exploradora de Vasco da Gama, Joao Moutinho penetró el territorio moravo. El hombre del Porto centró sobre la ensimismada defensa checa y Cristiano Ronaldo picó con la cabeza: un gol escrito por Pessoa.

Los tres elementos
República Checa no logró arrojar ni una piedra al Tajo. Se retira de la Euro con el réquiem de Dvorák. En el graderío, los dos veteranos lusos se abrazan. Para que ‘Os Navegadores’ sigan avanzando, habrá que perfeccionar al tercer elemento. Tendrá que poseer el felino deambular de Eusébio y la estirpe viajera de Figo. Mientras tanto, de Porto a Lisboa, pasando por Coimbra, a servir o vinho.   

  

martes, 19 de junio de 2012

Humo: de la pipa de Sherlock a Chernobyl



Londres amaneció con su té negro y sus tabloides húmedos. “Cane Ukraine, Wayne… and avoid Spain pain” decía The Sun en su portada. Mientras el trabalenguas matutino ya se leía en las callejuelas adyacentes a Trafalgar Square, Wayne Rooney aparecía en las alineaciones confirmadas.

“El equipo de la rosa”
A Donetsk, terruño del este ucraniano, le llaman “la ciudad del millón de rosas”. Aunque Ucrania salió a ganar, el césped del Donbass Arena sí dejó un espacio libre para que creciera la rosa real de Tudor. Pero cuando la tribuna coreaba, en un enjambre, el “God Save the Queen”, los locales disparaban con la idea de abollar la armadura de Sir Lancelot. Aún así, los embates se estrellaban en ese escudo de Chelsea que se llama John Terry.

Elemental
Sherlock Holmes descifró la pista faltante. Tras un córner, Steven Gerrard, ese veterano oriundo del Merseyside, prendió la mecha del mortero. Su pesquisa era correcta. La salida de Pyatov, meta del Shakhtar, fue terrible. Rooney aprovechó con la cabeza y su barrio de Liverpool destapó la sidra. El doctor Watson asentía, envuelto en el humo de pipa de su flatmate. En las butacas del estadio de los Mineros, los rostros ucranianos se descompusieron.

Chernobyl
Cuando a Ucrania se le iba el último tren, tejió su mejor futbol. La jugada concluía en los botines de Marko Devic. El natural de Belgrado empujó, pero la filibustería del corsario Drake se materializó en el salto de John Terry. El balón sí entró y el quinto juez no avisó. En los cuarteles de UEFA, Michel Platini se revolvió, aún más, la cabellera. Oleh Blokhin, comandante ucraniano, ladró un improperio que retumbó hasta Sebastopol, los montes Cárpatos y la península de Crimea, con todo el fulgor nuclear de la madrugada de Chernobyl.  

‘ThROO’
El último anfitrión quedó fuera. Igual que hace cuatro años, los locales se van tempranito, tempranito. Por la noche, en las oficinas de The Sun que están en el número 3 de Thomas Square, se configuró el encabezado. Londres amanecerá con otro juego de palabras: “We’re thROO. Wayne books quarter-final clash with Italy”.

Dieciochos de junio: sobre Italia e Irlanda



Cuando la catedral de Posnania campaneó el cuarto para las nueve, el careto de once irlandeses se endureció. No iban a poner las cosas tan fáciles. La noche en el occidente polaco se antojó bizarra con esa Irlanda que juega a la italiana. Desde el banquillo, Giovanni Trapattoni y Marco Tardelli confabulaban cómo hacerle daño a ese lienzo azul que alguna vez defendieron. “Il canto degli italiani” estremecía al Estadio Municipal cuando Gianluigi Buffon cerraba los ojos con fuerza. Ese ejemplar toscano, con su metro y 92, se encomendaba con rezo diplomático hacia la Curia Romana. Sobre la drástica inflamación de sus cuentas bancarias, quiénes somos nosotros para indagar.

Catenaccio retráctil
Desde el prólogo, Italia ya enhebraba calcio con soltura. Se daba el lujo de echar candado o replegar al catenaccio. La herencia de ese eje que va de Gentile a Cannavaro pasando por Baresi y Maldini, se abría y se cerraba según lo que planteara el partido. Pero cuando la Squadra tejía con todo el fulgor del Vesuvio, la magia celta pobló el césped con duendes verdes y travesura. El flujo del Tíber descendía.

Dossier I
Mientras que Italia ya posee un capítulo áureo en los archivos de la Euro, Irlanda nunca ha pasado de fase regular. Su resultado menos trágico se remonta a 1988, cuando le aguantó un empate a la URSS en Hannover. Ese mismo año, Ronald Reagan pasó a saludar a Moscú para corroborar que las últimas tropas soviéticas volvían de Afganistán.

En cuanto a choques directos, toca escarbar en Copa del Mundo. Con gol de Totò Schillaci, la Azzurra anfitriona cortó el trébol irlandés en cuartos de final, allá en el Olímpico de Roma. Corría 1990 y el concierto de Madonna en la capital italiana pendía de un hilo. Para muchos, los crucifijos que blandía con lascivia la “Reina del pop” no venían al caso.

Las dos Irlandas y la banda negra (o Dossier II)
Este 18 de junio, los once irlandeses portaron una banda negra en el brazo izquierdo. Otro 18 de junio, en el Mundial de Estados Unidos, Irlanda saltó al Estadio de los Gigantes con su clásica casaca verde. Era 1994 y la escopeta de Kurt Cobain acababa de callar a una generación. Nueva Jersey vio cómo Ray Houghton voló a Pagliuca para vengar la gesta de Roma. El 1 a 0 fue definitivo y la Italia de Baggio no lo asimilaba.

Esa noche, del otro lado del Atlántico, la cerveza oscura corría espumeante en un pub llamado The Heights Bar, allá en una villa del condado de Down, Irlanda del Norte. Un grupo paramilitar hizo aparición y sembró de pólvora el lugar. Las seis víctimas mortales festejaban el triunfo de la República de Irlanda. Las aguas del Mar Céltico sollozaron, quietas, pero frías. Saturday, bloody saturday.    

¿Clásico azul-bleu-azzurri?
Italia salió de su letargo y los carabinieri se volvieron a apostar. Antonio Cassano peinó picado y el balón sí entró. Con el filo de las cuerdas de Paganini, la insistencia de la Nazionale se volcó sobre el campo irlandés. Pero hasta ahí. El Ferrari se destartalaba en el último tramo y no capitalizaba. Los insulares aprovecharon la sequía y se echaban al frente. El último latigazo del partido se puso escabroso y en gaélico. A balón parado, Irlanda acariciaba el empate de la honrilla. En el Panteón de Agripa, los tifosi se comían las uñas. Pero ahí estaba Buffon: il Capitano se aferraba a los cuartos de final.

A poco del epílogo, el contención verde Keith Andrews acumuló amarillas. La roja lo sacó de la cancha y el despotrique fue vistoso. Los alpinos aprovecharon el lapsus. Mario Balotelli, ese muchacho siciliano de origen ghanés, con sus 21 años remató a silueta tijeresca y aniquiló con la gracia de un Botticelli. En su euforia, bramó algo tan contundente que Leonardo Bonucci le tuvo que tapar la boca. Uno nunca sabe lo que la lectura de labios puede arrojar en estos días.

“L’Italia vola ai quarti” dijo el Corriere dello Sport. “Azzurri avanti”, desplegó La Nazione, el mismo periódico que publicó la respuesta de Di Natale cuando se le preguntó por lo que se viene en los cuartos: “Che avversari voglio encontrare ai quarti? La Francia”. ¿Habrá clásico azul? dos finales: una de Euro y otra de Mundial lo enmarcan.

Luperca y stout
En Roma, la loba capitolina dará de beber Chianti a los parroquianos. Irlanda emprende su viaje de Gulliver, pero de regreso. De Polonia a la vieja isla de Éire. Los llamados Boys in Green se retiran, cabizbajos, iracundos como ellos solos. Pero no importa… en Dublín, con cinco Guinness de más, Thin Lizzy ya les prepara “The Boys are Back in Town”. Cheers!


sábado, 16 de junio de 2012

De diablos y beatos: aquelarre en Breslavia




Del oriente polaco se levanta el humo tóxico de la afrenta. Breslavia volvió a arder y no fueron los mongoles. El primer anfitrión queda fuera de su Eurocopa. Las marionetas checas cortaron los hilos: su floritura logró eclipsar a la polonesa.  

La cara papal de la moneda
Petr Cech escuchaba los silbidos insistentes de la pólvora polaca. Ahí empezó el vals. Dos pelotones de fuelle eslavo carburaban sus embates en línea horizontal. De sur a norte, el Stadion Miejski era testigo de los aleteos agónicos que las Águilas Blancas hacían por permanecer en el torneo. En la tribuna, los rezos al obispo de Cracovia salían flotando. Pero ese beato oriundo de Wadowice, que cuelga con bandera vaticana en calendarios de casas de abuelitas alrededor del mundo, quizá tenía otras plegarias qué solventar.

Los relámpagos en la noche de Breslavia enmarcaban el fin del primer tiempo con noticias directas desde la capital. Un gol griego en Varsovia calentaba la jornada electoral del domingo. Del euro al dracma. Vis-à-vis. La resaca en Atenas garabateará el sufragio.

Herejía
A través de la lente de Polanski, a bordo de la cuna de El bebé de Rosemary viajaba el hijo de Satanás, pero en la humanidad de un tal Petr Jirácek. El mediocampista del VfL Wolfsburg enfilaba alto. Como licántropo, depredó el área chica polaca, recortó y hundió el canino para el gol checo. La nigromancia bohemia esparció cenizas negras en el campo de Breslavia, ahí donde alguna vez se trazó la ruta de jesuitas, capuchinos y franciscanos. Fin del versículo.

Finale
República Checa se filtra en esta Euro 2012. En Kiev tiene su Belgrado del 76 y su Londres del 96. Por lo pronto, avanza a la capital polaca para los cuartos de final. En ese mismo sitio todavía retumba, sobrecogedor, el “Nocturno en Do sostenido menor” de Chopin, que lagrimea tras las sombras del pianista del gueto de Varsovia.

“El pico y la pala. El hielo en los dedos…
te estás jugando las manos.
el mundo se muere y tú sigues vivo,
porque recuerdas tu piano”.
Jorge Drexler, “El pianista del gueto de Varsovia”


lunes, 11 de junio de 2012

El futbol según Dickens: sobre Inglaterra y Francia



El oriente ucraniano prestó su estepa y su polvorín de carbón. El césped de Donetsk se extendió en papel amarillento para ser mediador en una Historia de dos ciudades. Desde su esquina en la Abadía de Westminster, los restos de Charles Dickens desprendían un efluvio hasta la convulsa línea Londres – París de 1789. De los pálidos acantilados de Dover hasta el puerto de Calais. Inglaterra y Francia volvieron a coincidir en una Eurocopa. Por el Canal de la Mancha vuelve a navegar Sydney Carton. Del otro lado lo espera la Santa Guillotina.


“Release the corgis!”
Hace un mes, un normando con cepa orientada al Partido Socialista francés llegó a habitar la residencia oficial que se levanta en el número 55 de la rue du Faubourg Saint-Honoré. Mientras el distrito parisino de los Campos Elíseos ya asimila a Francois Hollande como vecino, Isabel II del Reino Unido festejó su Jubileo de Diamante. Ya son 60 años desde que la quijada de Jorge VI dejó de temblar. El ‘discurso del rey’ llegaba a su fin, y su hija, una chica taciturna de la Casa de Windsor, ascendió al trono británico con 25 años. Hace unos días, en las afueras del palacio de Buckingham, su vástago Carlos –siguiente en la línea- se refirió a ella como su ‘mummy’ y como Her Majesty, justo después de que Sir Paul McCartney amenazara con que la soberana iba a soltar a los perros.


El pelícano pío
En la Donbass Arena, casa de los mineros del Shakhtar, “La marsellesa” bramó en las mismas bocinas que despidieron “God Save the Queen”. En calidad de suspendido, Wayne Rooney le cantaba a la reina desde el banquillo. En el otro flanco, un joven del Real Madrid sabía que el aire pesado no provenía del Mar de Azov, sino de un número ‘10’ que cargaba en la casaca azul: los mismos dígitos que un día sostuvieron apellidos como Platini o Zidane.


Vía los pelícanos y cormoranes que habitan en las aguas de Ucrania, los rezos ingleses llegaron hasta la catedral de Canterbury. Steven Gerrard calibró su cañón liverpuliano y centró alto. Con toda la carrocería del Bentley, un hombre del Manchester City cabeceó agresivo. Joleon Lescott puso arriba al pelotón de los Tres Leones. La espuma de la sidra agitaba Donetsk y la rosa de Tudor quiso crecer en el jardín de Versalles. 


Con la paciencia con que se debe escuchar un nocturno de Debussy, Les Bleus reordenaron filas y estuvieron a punto de empatar con la testa de Diarra. Fue un aviso. La historia definitiva estaba a nueve minutos de suceder. 



Londres – París: archivo municipal

Con el pincel sutil de Renoir, la selección francesa empezó a trazar sus primeros episodios vertebrales en los ochenta. La “Carreta Mágica” de Platini, Battiston y Lacombe cargó la Euro del 84 en su Parque de los Príncipes y esa noche se embriagaron hasta las campanas de Notre-Dame. Dieciséis años después, en plena belle époque de la Francia de Zidane, Blanc y Deschamps -que ganó el Mundial de 98 en casa-, los gallos azules le arrebataron a Italia la Euro 2000 con un gol agónico de Trezeguet en Rotterdam.


El archivo inglés quizá no posea el filo de Excalibur. Su alcance en Eurocopa tiene la puntilla en semifinales. En el 68 cayeron contra Yugoslavia en Florencia, pero el drama pesó hasta 1996. El templo de Wembley atestiguó cómo la tropa de Gascoigne y Shearer se extinguió en penales contra la Alemania de Klinsmann.


En cuanto al eje de las dos ciudades de Dickens, el acto se desarrolla en fase de grupos. En la Euro 92, franceses e ingleses protagonizaron un espeso 0 a 0 en Malmö, allá en la punta sur de Suecia. En 2004, Zinedine Zidane resolvió un partido en tiempo de reposición en el Estádio da Luz de Lisboa. El equipo de Beckham y Owen nunca lo superó.



A Tale of Two Cities

De vuelta a la cuenca de Donetsk, donde la factoría de acero y los afiches con martillo son vestigios de su pasado soviético, hay un capítulo que toca cerrar. Tras una triangulación que orquestó Ribéry con el vigor del Rin, Samir Nasri disparó, sólido y bajo, para el empate francés. Los mosqueteros de Laurent Blanc salvaron la tarde.


Cuando la ronda de grupos ya despliega su abanico de posibilidades, Inglaterra y Francia empataron a uno. Quizá el partido más bien transcurrió en un devaneo viscoso, pero fue buen pretexto para volver a hojear esa obra maestra de Dickens que se llama Historia de dos ciudades. Sydney Carton, con esa copa de más y el sublime final del cadalso, continúa alimentando la figura del antihéroe: Inglaterra 1. En tiempos de jubileo isabelino, transición francesa y la Euro 2012, la cultura pop habla de Charles Darnay como un wannabe de Carton: Francia 0. Pero la presencia impoluta de Lucie Manette sigue arrancando suspiros. Francia 1. Empate. 

sábado, 9 de junio de 2012

Siberia de Bohemia. Cuatro apuntes en Breslavia




Es la prisa con la que empieza un partido cuyos veintidós hombres nacieron en un país de nombre diferente al que hoy defienden. De la Unión Soviética a Checoslovaquia. El Trans-Siberiano que haría escala en una estación de la vieja Bohemia. La urgencia diplomática y monetaria en una Europa de 2012: de la Rusia federal a la República Checa, con boleto a Polonia. Un embate futbolístico que inició tan vertiginoso como el flujo del río Odre, cuando vierte su corriente en el Mar Báltico. El Estadio Municipal de Breslavia abrió telón, allá en la Baja Silesia del oeste polaco, con un choque de la generación Perestroika.



Lapsus
Originario de un poblado a noventa kilómetros de Praga, Petr Cech es un guardameta de etiqueta londinense, bien conocido en el club de los escaparates del barrio de Chelsea. Mientras vigilaba, pasmado, un balón al poste, el tiempo se congeló. Con sus 21 años y una diestra diabólica, Alan Dzagoev rompió la hechicería y fomentó el inverno ruso. Los niños del glasnot levantaron la mano. A partir de ahí, el aparato checo corroboró que las huestes del Ejército Rojo ya corrían libres por la cancha del Stadion Miejski. Con la precisión secuencial de las primeras notas del “Preludio en Do sostenido menor” de Rachmaninoff, los rusos trazaron la siguiente ofensiva. Tras un ataque quirúrgico, Roman Shirokov rubricó el segundo. República Checa observó su triste reflejo en las aguas turbias del Moldava. Cuando más falta les hacía reordenar filas, un ‘diez’ oriundo de Leningrado y de apellido Arshavin deambulaba por sus líneas con un perfil donde se materializaba Iván el Terrible.



De médula eslava: dossier
Poco antes de la Euro francesa de 1960, Khrushchev bajaba espías de la CIA que sobrevolaban el cielo soviético ante la mirada de los Sputnik y los Vostok. Acto seguido, Eisenhower se negaba a pedirle disculpas en la reunión bilateral de París. Días después y más al sur, en el puerto de Marsella, la URSS de Lev Yashin, arácnido moscovita de armadura negra, eliminaba a Checoslovaquia en semifinales. A la postre serían campeones en el Parque de los Príncipes ante Yugoslavia.

Otra versión de este capítulo se escribiría más tarde, ya con el Muro de Berlín hecho polvo. En la Euro del 96, la República Checa de Kouba y Poborsky le extrajo un trepidante 3 a 3 a Rusia en el Anfield de Liverpool durante la fase de grupos. Los checos avanzarían hasta la final, donde un gol de oro de Bierhoff en Wembley haría campeona a Alemania. Ahí los germanos vengaron la gesta de la Euro 1976, cuando Checoslovaquia humilló a la Alemania Federal de Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Berti Vogts con aquel mítico –e influyente- penal decisivo de Panenka en Belgrado.



Ballet subversivo en el Kremlin
Para el segundo episodio, la resistencia checa logró capitalizar. Václav Pilar se filtró a la explanada del Kremlin y le rompió un vitral a la catedral de San Basilio. Rebelión: el panfleto subversivo se blandía en Breslavia como un guiño de la Primavera de Praga en el 68. La bella durmiente al valseo de Tchaikovsky se alelaba con la floritura de Nureyev que terminaba en esguince. Aleksandr Kerzhakov se cansó de errar y Rusia vivía su peor momento en plena insurrección.

El mariscal de la selección rusa, Dick Advocaat, un holandés discípulo del general Rinus Michels (genio detrás de la Naranja Mecánica de los setenta) sacó un soldado de la chistera. La matrioska se desenroscó para sacar a Kerzhakov con todo y sus yerros. Entró a la cancha un conocido de la Euro pasada: Roman Pavlyuchenko. Su mancuerna con Arshavin fluye con la soltura del ballet Kirov encarnado en el equilibrio de Baryshnikov. A pase del recién ingresado, Dzagoev clavó uno más. El cuarto gol ya fue un lujo: seguido de cerca por Arshavin, Pavlyuchenko pintó un Chagall en el césped y acribilló al ángulo. La postal es una regresión a Suiza – Austria 2008, pero la reserva ha madurado.



“Cristales de Bohemia” o “Perdón por la tristeza”
En Breslavia, con la saña de las Guerras Napoleónicas, Rusia arrasó. De Moscú a San Petesburgo, el cuarto vodka destiló carcajadas. En Praga, el “Concierto para chelo en Si menor” de Antonín Dvorák sonó espeso y hasta triste. Esta noche, las muñecas rusas, con su mirada azul de madera, son las muñecas checas. Con esos ojos eslavos observan a su viejo perdido en las burbujas de esa cerveza tibia.

“Ay, Praga, Praga… Praga,
donde el amor naufraga en un acordeón.
Ay, Praga, darling, Praga,
los condenados pagan cara su redención”.
Joaquín Sabina, “Cristales de Bohemia”