Cuando la catedral de Posnania campaneó el cuarto
para las nueve, el careto de once irlandeses se endureció. No iban a poner las
cosas tan fáciles. La noche en el occidente polaco se antojó bizarra con esa
Irlanda que juega a la italiana. Desde el banquillo, Giovanni Trapattoni y
Marco Tardelli confabulaban cómo hacerle daño a ese lienzo azul que alguna vez
defendieron. “Il canto degli italiani” estremecía al Estadio Municipal cuando
Gianluigi Buffon cerraba los ojos con fuerza. Ese ejemplar toscano, con su
metro y 92, se encomendaba con rezo diplomático hacia la Curia Romana. Sobre la
drástica inflamación de sus cuentas bancarias, quiénes somos nosotros para
indagar.
Catenaccio retráctil
Desde el prólogo, Italia ya enhebraba calcio con soltura. Se daba el lujo de echar
candado o replegar al catenaccio. La
herencia de ese eje que va de Gentile a Cannavaro pasando por Baresi y Maldini,
se abría y se cerraba según lo que planteara el partido. Pero cuando la Squadra tejía con todo el fulgor del
Vesuvio, la magia celta pobló el césped con duendes verdes y travesura. El
flujo del Tíber descendía.
Dossier
I
Mientras que Italia ya posee un capítulo áureo en
los archivos de la Euro, Irlanda nunca ha pasado de fase regular. Su resultado
menos trágico se remonta a 1988, cuando le aguantó un empate a la URSS en Hannover. Ese
mismo año, Ronald Reagan pasó a saludar a Moscú para corroborar que las últimas
tropas soviéticas volvían de Afganistán.
En cuanto a
choques directos, toca escarbar en Copa del Mundo. Con gol de Totò Schillaci,
la Azzurra anfitriona cortó el trébol
irlandés en cuartos de final, allá en el Olímpico de Roma. Corría 1990 y el
concierto de Madonna en la capital italiana pendía de un hilo. Para muchos, los
crucifijos que blandía con lascivia la “Reina del pop” no venían al caso.
Las dos
Irlandas y la banda negra (o Dossier II)
Este 18 de junio, los once irlandeses portaron
una banda negra en el brazo izquierdo. Otro 18 de junio, en el Mundial de
Estados Unidos, Irlanda saltó al Estadio de los Gigantes con su clásica casaca
verde. Era 1994 y la escopeta de Kurt Cobain acababa de callar a una generación.
Nueva Jersey vio cómo Ray Houghton voló a Pagliuca para vengar la gesta de
Roma. El 1 a 0 fue definitivo y la Italia de Baggio no lo asimilaba.
Esa noche,
del otro lado del Atlántico, la cerveza oscura corría espumeante en un pub
llamado The Heights Bar, allá en una villa del condado de Down, Irlanda del Norte.
Un grupo paramilitar hizo aparición y sembró de pólvora el lugar. Las seis
víctimas mortales festejaban el triunfo de la República de Irlanda. Las
aguas del Mar Céltico sollozaron, quietas, pero frías. Saturday, bloody saturday.
¿Clásico
azul-bleu-azzurri?
Italia salió de su letargo y los carabinieri se volvieron a apostar.
Antonio Cassano peinó picado y el balón sí entró. Con el filo de las cuerdas de
Paganini, la insistencia de la Nazionale
se volcó sobre el campo irlandés. Pero hasta ahí. El Ferrari se destartalaba en
el último tramo y no capitalizaba. Los insulares aprovecharon la sequía y se
echaban al frente. El último latigazo del partido se puso escabroso y en
gaélico. A balón parado, Irlanda acariciaba el empate de la honrilla. En el
Panteón de Agripa, los tifosi se
comían las uñas. Pero ahí estaba Buffon: il
Capitano se aferraba a los cuartos de final.
A poco del
epílogo, el contención verde Keith Andrews acumuló amarillas. La roja lo sacó
de la cancha y el despotrique fue vistoso. Los alpinos aprovecharon el lapsus.
Mario Balotelli, ese muchacho siciliano de origen ghanés, con sus 21 años
remató a silueta tijeresca y aniquiló con la gracia de un Botticelli. En su
euforia, bramó algo tan contundente que Leonardo Bonucci le tuvo que tapar la
boca. Uno nunca sabe lo que la lectura de labios puede arrojar en estos días.
“L’Italia vola ai quarti” dijo el
Corriere dello Sport. “Azzurri avanti”, desplegó La Nazione, el mismo periódico
que publicó la respuesta de Di Natale cuando se le preguntó por lo que se viene
en los cuartos: “Che avversari voglio
encontrare ai quarti? La Francia”. ¿Habrá clásico azul? dos finales: una de
Euro y otra de Mundial lo enmarcan.
Luperca
y stout
En Roma, la loba capitolina dará de beber Chianti
a los parroquianos. Irlanda emprende su viaje de Gulliver, pero de regreso. De
Polonia a la vieja isla de Éire. Los llamados Boys in Green se retiran, cabizbajos, iracundos como ellos solos. Pero
no importa… en Dublín, con cinco Guinness de más, Thin Lizzy ya les prepara
“The Boys are Back in Town”. Cheers!
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