martes, 19 de junio de 2012

Dieciochos de junio: sobre Italia e Irlanda



Cuando la catedral de Posnania campaneó el cuarto para las nueve, el careto de once irlandeses se endureció. No iban a poner las cosas tan fáciles. La noche en el occidente polaco se antojó bizarra con esa Irlanda que juega a la italiana. Desde el banquillo, Giovanni Trapattoni y Marco Tardelli confabulaban cómo hacerle daño a ese lienzo azul que alguna vez defendieron. “Il canto degli italiani” estremecía al Estadio Municipal cuando Gianluigi Buffon cerraba los ojos con fuerza. Ese ejemplar toscano, con su metro y 92, se encomendaba con rezo diplomático hacia la Curia Romana. Sobre la drástica inflamación de sus cuentas bancarias, quiénes somos nosotros para indagar.

Catenaccio retráctil
Desde el prólogo, Italia ya enhebraba calcio con soltura. Se daba el lujo de echar candado o replegar al catenaccio. La herencia de ese eje que va de Gentile a Cannavaro pasando por Baresi y Maldini, se abría y se cerraba según lo que planteara el partido. Pero cuando la Squadra tejía con todo el fulgor del Vesuvio, la magia celta pobló el césped con duendes verdes y travesura. El flujo del Tíber descendía.

Dossier I
Mientras que Italia ya posee un capítulo áureo en los archivos de la Euro, Irlanda nunca ha pasado de fase regular. Su resultado menos trágico se remonta a 1988, cuando le aguantó un empate a la URSS en Hannover. Ese mismo año, Ronald Reagan pasó a saludar a Moscú para corroborar que las últimas tropas soviéticas volvían de Afganistán.

En cuanto a choques directos, toca escarbar en Copa del Mundo. Con gol de Totò Schillaci, la Azzurra anfitriona cortó el trébol irlandés en cuartos de final, allá en el Olímpico de Roma. Corría 1990 y el concierto de Madonna en la capital italiana pendía de un hilo. Para muchos, los crucifijos que blandía con lascivia la “Reina del pop” no venían al caso.

Las dos Irlandas y la banda negra (o Dossier II)
Este 18 de junio, los once irlandeses portaron una banda negra en el brazo izquierdo. Otro 18 de junio, en el Mundial de Estados Unidos, Irlanda saltó al Estadio de los Gigantes con su clásica casaca verde. Era 1994 y la escopeta de Kurt Cobain acababa de callar a una generación. Nueva Jersey vio cómo Ray Houghton voló a Pagliuca para vengar la gesta de Roma. El 1 a 0 fue definitivo y la Italia de Baggio no lo asimilaba.

Esa noche, del otro lado del Atlántico, la cerveza oscura corría espumeante en un pub llamado The Heights Bar, allá en una villa del condado de Down, Irlanda del Norte. Un grupo paramilitar hizo aparición y sembró de pólvora el lugar. Las seis víctimas mortales festejaban el triunfo de la República de Irlanda. Las aguas del Mar Céltico sollozaron, quietas, pero frías. Saturday, bloody saturday.    

¿Clásico azul-bleu-azzurri?
Italia salió de su letargo y los carabinieri se volvieron a apostar. Antonio Cassano peinó picado y el balón sí entró. Con el filo de las cuerdas de Paganini, la insistencia de la Nazionale se volcó sobre el campo irlandés. Pero hasta ahí. El Ferrari se destartalaba en el último tramo y no capitalizaba. Los insulares aprovecharon la sequía y se echaban al frente. El último latigazo del partido se puso escabroso y en gaélico. A balón parado, Irlanda acariciaba el empate de la honrilla. En el Panteón de Agripa, los tifosi se comían las uñas. Pero ahí estaba Buffon: il Capitano se aferraba a los cuartos de final.

A poco del epílogo, el contención verde Keith Andrews acumuló amarillas. La roja lo sacó de la cancha y el despotrique fue vistoso. Los alpinos aprovecharon el lapsus. Mario Balotelli, ese muchacho siciliano de origen ghanés, con sus 21 años remató a silueta tijeresca y aniquiló con la gracia de un Botticelli. En su euforia, bramó algo tan contundente que Leonardo Bonucci le tuvo que tapar la boca. Uno nunca sabe lo que la lectura de labios puede arrojar en estos días.

“L’Italia vola ai quarti” dijo el Corriere dello Sport. “Azzurri avanti”, desplegó La Nazione, el mismo periódico que publicó la respuesta de Di Natale cuando se le preguntó por lo que se viene en los cuartos: “Che avversari voglio encontrare ai quarti? La Francia”. ¿Habrá clásico azul? dos finales: una de Euro y otra de Mundial lo enmarcan.

Luperca y stout
En Roma, la loba capitolina dará de beber Chianti a los parroquianos. Irlanda emprende su viaje de Gulliver, pero de regreso. De Polonia a la vieja isla de Éire. Los llamados Boys in Green se retiran, cabizbajos, iracundos como ellos solos. Pero no importa… en Dublín, con cinco Guinness de más, Thin Lizzy ya les prepara “The Boys are Back in Town”. Cheers!


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