El oriente ucraniano prestó su estepa y su
polvorín de carbón. El césped de Donetsk se extendió en papel amarillento para
ser mediador en una Historia de dos
ciudades. Desde su esquina en la Abadía de Westminster, los restos de
Charles Dickens desprendían un efluvio hasta la convulsa línea Londres – París
de 1789. De los pálidos acantilados de Dover hasta el puerto de Calais.
Inglaterra y Francia volvieron a coincidir en una Eurocopa. Por el Canal de la
Mancha vuelve a navegar Sydney Carton. Del otro lado lo espera la Santa
Guillotina.
“Release the corgis!”
“Release the corgis!”
En la Donbass Arena, casa de los mineros del
Shakhtar, “La marsellesa” bramó en las mismas bocinas que despidieron “God Save
the Queen”. En calidad de suspendido, Wayne Rooney le cantaba a la reina desde
el banquillo. En el otro flanco, un joven del Real Madrid sabía que el aire
pesado no provenía del Mar de Azov, sino de un número ‘10’ que cargaba en la
casaca azul: los mismos dígitos que un día sostuvieron apellidos como Platini o
Zidane.
Vía los pelícanos y cormoranes que habitan en las aguas de Ucrania, los rezos ingleses llegaron hasta la catedral de Canterbury. Steven Gerrard calibró su cañón liverpuliano y centró alto. Con toda la carrocería del Bentley, un hombre del Manchester City cabeceó agresivo. Joleon Lescott puso arriba al pelotón de los Tres Leones. La espuma de la sidra agitaba Donetsk y la rosa de Tudor quiso crecer en el jardín de Versalles.
Con la paciencia con que se debe escuchar un nocturno de Debussy, Les Bleus reordenaron filas y estuvieron a punto de empatar con la testa de Diarra. Fue un aviso. La historia definitiva estaba a nueve minutos de suceder.
Vía los pelícanos y cormoranes que habitan en las aguas de Ucrania, los rezos ingleses llegaron hasta la catedral de Canterbury. Steven Gerrard calibró su cañón liverpuliano y centró alto. Con toda la carrocería del Bentley, un hombre del Manchester City cabeceó agresivo. Joleon Lescott puso arriba al pelotón de los Tres Leones. La espuma de la sidra agitaba Donetsk y la rosa de Tudor quiso crecer en el jardín de Versalles.
Con la paciencia con que se debe escuchar un nocturno de Debussy, Les Bleus reordenaron filas y estuvieron a punto de empatar con la testa de Diarra. Fue un aviso. La historia definitiva estaba a nueve minutos de suceder.
Con el pincel sutil de Renoir, la selección
francesa empezó a trazar sus primeros episodios vertebrales en los ochenta. La
“Carreta Mágica” de Platini, Battiston y Lacombe cargó la Euro del 84 en su
Parque de los Príncipes y esa noche se embriagaron hasta las campanas de
Notre-Dame. Dieciséis años después, en plena belle époque de la Francia de Zidane, Blanc y Deschamps -que ganó
el Mundial de 98 en casa-, los gallos azules le arrebataron a Italia la Euro
2000 con un gol agónico de Trezeguet en Rotterdam.
El archivo inglés quizá no posea el filo de Excalibur. Su alcance en Eurocopa tiene la puntilla en semifinales. En el 68 cayeron contra Yugoslavia en Florencia, pero el drama pesó hasta 1996. El templo de Wembley atestiguó cómo la tropa de Gascoigne y Shearer se extinguió en penales contra la Alemania de Klinsmann.
En cuanto al eje de las dos ciudades de Dickens, el acto se desarrolla en fase de grupos. En la Euro 92, franceses e ingleses protagonizaron un espeso 0 a 0 en Malmö, allá en la punta sur de Suecia. En 2004, Zinedine Zidane resolvió un partido en tiempo de reposición en el Estádio da Luz de Lisboa. El equipo de Beckham y Owen nunca lo superó.
El archivo inglés quizá no posea el filo de Excalibur. Su alcance en Eurocopa tiene la puntilla en semifinales. En el 68 cayeron contra Yugoslavia en Florencia, pero el drama pesó hasta 1996. El templo de Wembley atestiguó cómo la tropa de Gascoigne y Shearer se extinguió en penales contra la Alemania de Klinsmann.
En cuanto al eje de las dos ciudades de Dickens, el acto se desarrolla en fase de grupos. En la Euro 92, franceses e ingleses protagonizaron un espeso 0 a 0 en Malmö, allá en la punta sur de Suecia. En 2004, Zinedine Zidane resolvió un partido en tiempo de reposición en el Estádio da Luz de Lisboa. El equipo de Beckham y Owen nunca lo superó.
De vuelta a la cuenca de Donetsk, donde la
factoría de acero y los afiches con martillo son vestigios de su pasado
soviético, hay un capítulo que toca cerrar. Tras una triangulación que orquestó
Ribéry con el vigor del Rin, Samir Nasri disparó, sólido y bajo, para el empate
francés. Los mosqueteros de Laurent Blanc salvaron la tarde.
Cuando la
ronda de grupos ya despliega su abanico de posibilidades, Inglaterra y Francia
empataron a uno. Quizá el partido más bien transcurrió en un devaneo viscoso,
pero fue buen pretexto para volver a hojear esa obra maestra de Dickens que se
llama Historia de dos ciudades. Sydney
Carton, con esa copa de más y el sublime final del cadalso, continúa
alimentando la figura del antihéroe: Inglaterra 1. En tiempos de jubileo
isabelino, transición francesa y la Euro 2012, la cultura pop habla de Charles
Darnay como un wannabe de Carton:
Francia 0. Pero la presencia impoluta de Lucie Manette sigue arrancando
suspiros. Francia 1. Empate.
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