sábado, 9 de junio de 2012

Siberia de Bohemia. Cuatro apuntes en Breslavia




Es la prisa con la que empieza un partido cuyos veintidós hombres nacieron en un país de nombre diferente al que hoy defienden. De la Unión Soviética a Checoslovaquia. El Trans-Siberiano que haría escala en una estación de la vieja Bohemia. La urgencia diplomática y monetaria en una Europa de 2012: de la Rusia federal a la República Checa, con boleto a Polonia. Un embate futbolístico que inició tan vertiginoso como el flujo del río Odre, cuando vierte su corriente en el Mar Báltico. El Estadio Municipal de Breslavia abrió telón, allá en la Baja Silesia del oeste polaco, con un choque de la generación Perestroika.



Lapsus
Originario de un poblado a noventa kilómetros de Praga, Petr Cech es un guardameta de etiqueta londinense, bien conocido en el club de los escaparates del barrio de Chelsea. Mientras vigilaba, pasmado, un balón al poste, el tiempo se congeló. Con sus 21 años y una diestra diabólica, Alan Dzagoev rompió la hechicería y fomentó el inverno ruso. Los niños del glasnot levantaron la mano. A partir de ahí, el aparato checo corroboró que las huestes del Ejército Rojo ya corrían libres por la cancha del Stadion Miejski. Con la precisión secuencial de las primeras notas del “Preludio en Do sostenido menor” de Rachmaninoff, los rusos trazaron la siguiente ofensiva. Tras un ataque quirúrgico, Roman Shirokov rubricó el segundo. República Checa observó su triste reflejo en las aguas turbias del Moldava. Cuando más falta les hacía reordenar filas, un ‘diez’ oriundo de Leningrado y de apellido Arshavin deambulaba por sus líneas con un perfil donde se materializaba Iván el Terrible.



De médula eslava: dossier
Poco antes de la Euro francesa de 1960, Khrushchev bajaba espías de la CIA que sobrevolaban el cielo soviético ante la mirada de los Sputnik y los Vostok. Acto seguido, Eisenhower se negaba a pedirle disculpas en la reunión bilateral de París. Días después y más al sur, en el puerto de Marsella, la URSS de Lev Yashin, arácnido moscovita de armadura negra, eliminaba a Checoslovaquia en semifinales. A la postre serían campeones en el Parque de los Príncipes ante Yugoslavia.

Otra versión de este capítulo se escribiría más tarde, ya con el Muro de Berlín hecho polvo. En la Euro del 96, la República Checa de Kouba y Poborsky le extrajo un trepidante 3 a 3 a Rusia en el Anfield de Liverpool durante la fase de grupos. Los checos avanzarían hasta la final, donde un gol de oro de Bierhoff en Wembley haría campeona a Alemania. Ahí los germanos vengaron la gesta de la Euro 1976, cuando Checoslovaquia humilló a la Alemania Federal de Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Berti Vogts con aquel mítico –e influyente- penal decisivo de Panenka en Belgrado.



Ballet subversivo en el Kremlin
Para el segundo episodio, la resistencia checa logró capitalizar. Václav Pilar se filtró a la explanada del Kremlin y le rompió un vitral a la catedral de San Basilio. Rebelión: el panfleto subversivo se blandía en Breslavia como un guiño de la Primavera de Praga en el 68. La bella durmiente al valseo de Tchaikovsky se alelaba con la floritura de Nureyev que terminaba en esguince. Aleksandr Kerzhakov se cansó de errar y Rusia vivía su peor momento en plena insurrección.

El mariscal de la selección rusa, Dick Advocaat, un holandés discípulo del general Rinus Michels (genio detrás de la Naranja Mecánica de los setenta) sacó un soldado de la chistera. La matrioska se desenroscó para sacar a Kerzhakov con todo y sus yerros. Entró a la cancha un conocido de la Euro pasada: Roman Pavlyuchenko. Su mancuerna con Arshavin fluye con la soltura del ballet Kirov encarnado en el equilibrio de Baryshnikov. A pase del recién ingresado, Dzagoev clavó uno más. El cuarto gol ya fue un lujo: seguido de cerca por Arshavin, Pavlyuchenko pintó un Chagall en el césped y acribilló al ángulo. La postal es una regresión a Suiza – Austria 2008, pero la reserva ha madurado.



“Cristales de Bohemia” o “Perdón por la tristeza”
En Breslavia, con la saña de las Guerras Napoleónicas, Rusia arrasó. De Moscú a San Petesburgo, el cuarto vodka destiló carcajadas. En Praga, el “Concierto para chelo en Si menor” de Antonín Dvorák sonó espeso y hasta triste. Esta noche, las muñecas rusas, con su mirada azul de madera, son las muñecas checas. Con esos ojos eslavos observan a su viejo perdido en las burbujas de esa cerveza tibia.

“Ay, Praga, Praga… Praga,
donde el amor naufraga en un acordeón.
Ay, Praga, darling, Praga,
los condenados pagan cara su redención”.
Joaquín Sabina, “Cristales de Bohemia”

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