Cuando David Beckham nacía en un suburbio del
este londinense, Pelé daba un salto septentrional al Cosmos de Nueva York.
Quizá se trataba del primer gran fichaje Jugador-Franquicia. Era 1975 y la
“Bohemian Rhapsody” de Queen le volaba la cabeza al planeta. Hoy, en la
antesala de los cuarenta años, el mediocampista inglés está ávido de sacudirse
cierto montaje de libreto californiano. Ya no se trata del Designated Player de una MLS que siempre ha sido más colorete que polvo. Una vez apeado en la
estación de Montparnasse, el veterano le cuenta a las páginas de L’Équipe que
no vino a París a ser un producto de mercadotecnia. Juega porque puede. Y por
placer.
Queda claro que el Paris Saint-Germain no es el
Galaxy de Los Ángeles. ‘Les Parisiens’ son vertebrales para el trajín de la
Ligue 1 y material de Champions League. Cuando Beckham sopesaba su retiro en la
playa contra un equipo competitivo que le inflamara su amor al futbol… ya se
escuchaba la corriente del Sena. Tras su debut en octavos de final de la Coupe
de France contra el Olympique de Marsella, el Spice Boy vuelve a los titulares
del Viejo Continente. A partir de esa edición de Le Classique se empieza a
hornear el último gran pique de una figura elemental para entender el futbol
contemporáneo. Bendita Nuestra Señora de París, que este retiro no se cocina en
canchas gringas.
Porque se trata de un atacante de mediocampo
capaz de descuartizar un tajo defensivo a un trazo. Porque su balón parado
sigue siendo soberbio y tres Copas del Mundo lo atestiguan: Colombia, Ecuador y
Argentina lo han padecido. Porque en Le Championnat existe la competencia
necesaria para que un Oficial de la Orden del Imperio Británico sigua
extrayéndole joyitas visuales al bombín. Y porque en los Campos Elíseos y la
Avenue Montaigne hay suficientes vidrieras para que el paseo de la Posh Spice y
los sobrinos de Elton se vea nutridito. De Chanel a Givenchy con el garbo de
María Antonieta y un crédito en libras esterlinas que no conoce fluctuación.
Por eso y otras cosas da gusto tener a Beckham de
regreso en un escaparate de su vuelo. Ahora sí, Déivid, a reconocer las
topografías del viejo Parque de los Príncipes… el antiguo terruño real donde los
Luises y su corte salían de cacería.