jueves, 28 de febrero de 2013

Beckham y Nuestra Señora de París


Cuando David Beckham nacía en un suburbio del este londinense, Pelé daba un salto septentrional al Cosmos de Nueva York. Quizá se trataba del primer gran fichaje Jugador-Franquicia. Era 1975 y la “Bohemian Rhapsody” de Queen le volaba la cabeza al planeta. Hoy, en la antesala de los cuarenta años, el mediocampista inglés está ávido de sacudirse cierto montaje de libreto californiano. Ya no se trata del Designated Player de una MLS que siempre ha sido más colorete que polvo. Una vez apeado en la estación de Montparnasse, el veterano le cuenta a las páginas de L’Équipe que no vino a París a ser un producto de mercadotecnia. Juega porque puede. Y por placer.

Queda claro que el Paris Saint-Germain no es el Galaxy de Los Ángeles. ‘Les Parisiens’ son vertebrales para el trajín de la Ligue 1 y material de Champions League. Cuando Beckham sopesaba su retiro en la playa contra un equipo competitivo que le inflamara su amor al futbol… ya se escuchaba la corriente del Sena. Tras su debut en octavos de final de la Coupe de France contra el Olympique de Marsella, el Spice Boy vuelve a los titulares del Viejo Continente. A partir de esa edición de Le Classique se empieza a hornear el último gran pique de una figura elemental para entender el futbol contemporáneo. Bendita Nuestra Señora de París, que este retiro no se cocina en canchas gringas.

Porque se trata de un atacante de mediocampo capaz de descuartizar un tajo defensivo a un trazo. Porque su balón parado sigue siendo soberbio y tres Copas del Mundo lo atestiguan: Colombia, Ecuador y Argentina lo han padecido. Porque en Le Championnat existe la competencia necesaria para que un Oficial de la Orden del Imperio Británico sigua extrayéndole joyitas visuales al bombín. Y porque en los Campos Elíseos y la Avenue Montaigne hay suficientes vidrieras para que el paseo de la Posh Spice y los sobrinos de Elton se vea nutridito. De Chanel a Givenchy con el garbo de María Antonieta y un crédito en libras esterlinas que no conoce fluctuación.

Por eso y otras cosas da gusto tener a Beckham de regreso en un escaparate de su vuelo. Ahora sí, Déivid, a reconocer las topografías del viejo Parque de los Príncipes… el antiguo terruño real donde los Luises y su corte salían de cacería.   


jueves, 21 de febrero de 2013

Milan-Barcelona: la penúltima cena



Catenaccio de orden etrusco. Le bastaron dos punzadas con filo alpino para congelar el poco vientecillo catalán que llegó a San Siro. En el convento dominico de Santa Maria delle Grazie, de la mesa del ‘Cenacolo’ de Da Vinci emergen los gorgonzola y el Nebbiolo. La vieja Lombardía durmió con la soltura con que duerme un monstruo de 114 años y siete Champions League. Tras el último latigazo de ida en octavos, nada está escrito. Pero mientras la remontada en Barcelona se antoja épica, Massimiliano Allegri asegura que el tercero del Milan caerá en el Camp Nou. Avanti, bersaglieri.

En dos patadas (o la diáspora alegre)
El mosaico migratorio fue el encargado de inundar el estanco blaugrana. Del Golfo de Guinea a la puerta de Brandenburgo, con escala en Alejandría. Primero, Kevin-Prince Boateng, de linaje ghanés pero nacido en el Berlín federal, reaccionó ante un rebote bizarro. Ese disparo bajo electrizó al Giuseppe Meazza.

En el terruño de Virgilio hasta los goles se pueden escribir con los pies. A diez del final, el sablazo definitivo de la casa se tejió a tres tiempos. El ‘intermezzo’ le tocó a un italo-egipcio apodado “il Faraone”. Mediterráneo hasta la médula, Stephan El Shaarawy forjó un movimiento mitad-pase-mitad-floritura. La transacción la completó un ghanés de estirpe minera. Con la siniestra, Sulley Muntari encajó el segundo para la causa de San Ambrosio.

Finale
Restan noventa minutos. Pero mientras el 12 de marzo se vea lejano, en el cuartel lombardo se entrena según la ópera de Donizetti. La Gazzetta dello Sport amaneció con un “Diavolo in Paradiso: 2-0 al Barça”. Nada ensucia la efervescencia ‘rossonera’. Ni el agazapado y latente Camp Nou. Ni Berlusconi. Ni ‘niente’.

jueves, 7 de febrero de 2013

Jamaica bajo el cero


Tan espeso, tan espeso, que el fulgor antillano emerge de las alcantarillas en Coapa. Un cuchicheo siniestro resuena con talante isleño y sincopado. La noche es para el olvido; pero Kingston la moja en ron. El aparato ofensivo del Chepo lució destartalado, sofocado. Privado.

De no ser por ese tapatío elástico que es Jesús Corona, el apunte del partido estuvo a dos de pasar de lo “infumable” a la “hecatombe de proporciones caribeñas”. Con un poste trémulo y el susto en la garganta, la Selección recorrió el prado de Tlalpan dando tumbos ensimismados. Jamaica, con todo el guiño rastafari que podía convocar, se mantuvo agazapada, pero latente. De vez en cuando se sacaba un atisbo de la manga… lo suficiente para descuadrar las pretensiones locales. 

El Azteca, poseído, habló por sí solo. Si el abucheo es triste, el “ole” invertido desmanteló los pocos focos de aliento que quedaban. Desde su banquillo, el viejo conocido Theodore Whitmore ya comenzaba a tejer ideas. Destinatario: Brasil. Hace quince años, el oriundo de Montego Bay se llevó a sus “Reggae Boyz” al Mundial francés, le clavó dos goles a Japón en Lyon y planchó la primera victoria jamaiquina en Copa del Mundo.

Mientras el Chicharito trata de quitarse de la cabeza a un portero de apellido Ricketts, el rostro de Oribe palpita de dolor y un balón de Salcido aparece en el Periférico. El 0 a 0 es histórico y Jamaica se lleva el punto a Kingston. Los vapores del Hexagonal se extinguen después de la jornada y el mensaje es claro: no va ser fácil. Como primera prueba, ‘manque duela, es inmejorable: a reconstruir. Siguiente parada: San Pedro Sula.