Tan espeso, tan espeso, que el fulgor antillano
emerge de las alcantarillas en Coapa. Un cuchicheo siniestro resuena con
talante isleño y sincopado. La noche es para el olvido; pero Kingston la moja
en ron. El aparato ofensivo del Chepo lució destartalado, sofocado. Privado.
De no ser por ese tapatío elástico que es Jesús
Corona, el apunte del partido estuvo a dos de pasar de lo “infumable” a la “hecatombe
de proporciones caribeñas”. Con un poste trémulo y el susto en la garganta, la
Selección recorrió el prado de Tlalpan dando tumbos ensimismados. Jamaica, con
todo el guiño rastafari que podía convocar, se mantuvo agazapada, pero latente.
De vez en cuando se sacaba un atisbo de la manga… lo suficiente para descuadrar
las pretensiones locales.
El Azteca, poseído, habló por sí solo. Si el
abucheo es triste, el “ole” invertido desmanteló los pocos focos de aliento que
quedaban. Desde su banquillo, el viejo conocido Theodore Whitmore ya comenzaba
a tejer ideas. Destinatario: Brasil. Hace quince años, el oriundo de Montego
Bay se llevó a sus “Reggae Boyz” al Mundial francés, le clavó dos goles a Japón
en Lyon y planchó la primera victoria jamaiquina en Copa del Mundo.
Mientras el Chicharito trata de quitarse de la
cabeza a un portero de apellido Ricketts, el rostro de Oribe palpita de dolor y
un balón de Salcido aparece en el Periférico. El 0 a 0 es histórico y Jamaica
se lleva el punto a Kingston. Los vapores del Hexagonal se extinguen después de
la jornada y el mensaje es claro: no va ser fácil. Como primera prueba, ‘manque
duela, es inmejorable: a reconstruir. Siguiente parada: San Pedro Sula.
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