Catenaccio de orden etrusco. Le bastaron dos
punzadas con filo alpino para congelar el poco vientecillo catalán que llegó a
San Siro. En el convento dominico de Santa Maria delle Grazie, de la mesa del
‘Cenacolo’ de Da Vinci emergen los gorgonzola y el Nebbiolo. La vieja Lombardía
durmió con la soltura con que duerme un monstruo de 114 años y siete Champions
League. Tras el último latigazo de ida en octavos, nada está escrito. Pero
mientras la remontada en Barcelona se antoja épica, Massimiliano Allegri
asegura que el tercero del Milan caerá en el Camp Nou. Avanti, bersaglieri.
En dos patadas
(o la diáspora alegre)
El mosaico migratorio fue el encargado de inundar
el estanco blaugrana. Del Golfo de Guinea a la puerta de Brandenburgo, con
escala en Alejandría. Primero, Kevin-Prince Boateng, de linaje ghanés pero nacido
en el Berlín federal, reaccionó ante un rebote bizarro. Ese disparo bajo
electrizó al Giuseppe Meazza.
En el terruño de Virgilio hasta los goles se
pueden escribir con los pies. A diez del final, el sablazo definitivo de la
casa se tejió a tres tiempos. El ‘intermezzo’ le tocó a un italo-egipcio
apodado “il Faraone”. Mediterráneo hasta la médula, Stephan El Shaarawy forjó
un movimiento mitad-pase-mitad-floritura. La transacción la completó un ghanés
de estirpe minera. Con la siniestra, Sulley Muntari encajó el segundo para la
causa de San Ambrosio.
Finale
Restan noventa minutos. Pero mientras el 12 de
marzo se vea lejano, en el cuartel lombardo se entrena según la ópera de
Donizetti. La Gazzetta dello Sport amaneció con un “Diavolo in Paradiso: 2-0 al
Barça”. Nada ensucia la efervescencia ‘rossonera’. Ni el agazapado y latente
Camp Nou. Ni Berlusconi. Ni ‘niente’.
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